4.02.2005

Un mensaje a Oscar, que está en la frontera del mundo (la vida compartida)...

Una forma de saber cómo envejecemos es a través de la lejanía de las personas. No es el hecho en sí sino la percepción que produce su reencuentro. Pienso en las condiciones en que se vivía la vida hace apenas 30 años, cuando no teníamos disponible todo este océano de información, estos muros de imágenes y símbolos (pero incluso tal abstracción la hemos vuelto más humana). En ese entonces no podíamos sino vivir en directo tales situaciones, sin la ventaja actual de sopesar ni meditar nada desde el otro lado de un monitor, ese es un lujo que nos podemos dar ahora. Y al mismo tiempo, podemos seguir a los otros en su devenir, en su evolución. Desde lejos puedo observar a quienes se han ido: su historia no termina.

Hace tiempo volví a ver a M. Viví con ella durante cuatro años mientras terminaba sus estudios. Entonces creía que toda esa situación podía ser eterna: la embriaguez, la fascinación, la lujuria... a nada de eso le veía fin, hasta que un día terminó. Me estremece recordar cómo todo terminó tan repentinamente una madrugada de octubre, en medio de las calles vacías y húmedas, no volví a verla... Y muchos años después su aparición, en el momento y lugar más inesperado. Mientras navegaba por internet se develó casualmente su imagen en medio de una fotografía al azar, y luego otra, y otra... había cambiado tanto, demasiado quizá. Se había gestado una metamorfosis absoluta: su color de cabello, su vestuario, su maquillaje. Apenas y podía creer que alguna vez me había agotado en la geografía de su carne, que había entrevisto el abismo de su espíritu, compartido sus lágrimas, sus instantes de furia y derrota, su miedo infinito, su oscuridad... pero allí estaba, con una sonrisa tan franca, tan plena, que lucía grotesca comparada con el horror que yo conocí y luché.

El pasado se volvió una ficción, la vida en común fue borrada de un sólo golpe. De pronto entreví qué tan extrema puede llegar a ser una reinvención, hasta qué punto podemos dejar de ser nosotros mismos en busca del otro, aquel que está liberado de nuestro sufrimiento anterior, de nuestros demonios... y abrazarlo...

No estoy feliz por M, tampoco la odio, encontré una extraña indiferencia, es como si nunca la hubiera conocido. Y todo sucedió porque la tecnología lo hizo posible, la interfaz humana sólo termina el trabajo.

Hoy pasó de nuevo, no con una amante sino con un amigo, y al final no soy indiferente sino al contrario, siento su triunfo y me gustaría que esa plenitud que siento en él fuera la misma que está viviendo por fin y que tanto necesitaba cuando lo conocí.

Así que, felicidades Oscar...



Omnia Ad Unum