5.05.2005

Nocturno

En escena está de pie un hombre. Es de tamaño mayor que el natural, acaso un muñeco. Está revestido de carteles. El rostro no tiene boca. Se contempla las manos, mueve los brazos, prueba las piernas. Una bicicleta sin manillar o sin pedales o sin ambas cosas o sin manillar, sin pedales y sin sillín recorre rápidamente el escenario de derecha a izquierda. El hombre, que acaso es un muñeco, corre detrás de la bicicleta. El suelo del escenario se abomba. El tropieza con el pequeño promontorio y cae. Tumbado sobre el vientre ve cómo desaparece la bicicleta. Sin que él lo advierta desaparece el abultamiento. Cuando se incorpora y busca la causa de su caída el suelo vuelve a estar llano. La sospecha recae en sus propias piernas. Intenta arrancárselas sentado, tumbado de espaldas, de pie. Sentado encima del talón, agarrándose el pie con ambas manos, se arranca la pierna izquierda; al hacerlo se cae de boca y, tumbado sobre el vientre cuando la bicicleta atraviesa el escenario de izquierda a derecha, pasando lentamente junto a él. Se da cuenta demasiado tarde y no puede alcanzarla arrastrándose. Al erguirse y apoyar el torso tambaleante sobre las manos, descubre que puede usar los brazos para avanzar, balanceando el torso, impulsándolo hacia adelante, adelantando las manos, etc. Se ejercita en su nueva locomoción. Acecha a la bicicleta, primero en la entrada de la derecha y luego en la de la izquierda. La bicicleta no aparece. El hombre, que acaso es un muñeco, se arranca ambos brazos a la vez, agarrando el derecho con la mano izquierda y el izquierdo con la mano derecha. Detrás de él se abomba el suelo del escenario hasta la altura de su cabeza, esta vez para impedir que caiga. Del telar desciende la bicicleta y queda de pie ante él. Apoyado en el abultamiento tan alto como su cabeza el hombre, que acaso es un muñeco, contempla sus brazos y piernas esparcidos por el escenario, lejos de él, y la bicicleta que ya no puede utilizar. cada uno de sus ojos llora una lágrima, Dos clavos de Beckett situados a la altura de los ojos entran por la derecha y la izquierda. Se detienen junto al rostro del hombre que acaso es un muñeco, éste sólo necesita girar la cabeza una vez a la derecha, otra a la izquierda, del resto se encarga el clavo. Salen los clavos, cada uno lleva ensartado un ojo. De las órbitas oculares del hombre que acaso es un muñeco surgen piojos que se esparcen por el rostro ennegreciéndolo. Grita. La boca nace con el grito.

Heiner Müller, Germania, Muerte en Berlín, 1977

Omnia Ad Unum