10.22.2008


Para Virginia que siempre despeja mi mirada
y a Lina, por devolverle la luz al asombro.


Todas nuestras decisiones están tomadas de antemano en nuestro cuerpo, a una velocidad imperceptible, desde nuestras zonas más primitivas. Es una protección ante la mutabilidad de las escenas. Conocemos dos o tres eventos comunes e ineludibles en nuestra biografía, el resto se corresponde a un azar muy estrecho, imbatible. Todo lo que irrumpe es inesperado, pero ínfimo y factible.

Yo no me conozco, no sabría ubicar todos mis alcances y mis insuficiencias. Hay experiencias, existen precedentes, pero donde y como terminaré el día es sólo especulación, si es que lo termino. Tal vez si me lo propongo, aspiraría a ser una superficie sin interior ni exterior, como postula el topólogo Félix Klein. Si por mí fuera, quisiera anular todos los parámetros conocidos, que en mayor o menor medida es el intento de cada generación, uno a uno desde sus ámbitos. Sin que esto implique, necesariamente, un anhelo de mejoría.

Entre más experimento el exterior, más sustancial se vuelve su representación interna.

En Les Liaisons Dangereuses, la Marquesa de Merteuil le escribe al Vizconde de Valmont que cuando cierra los ojos lo imagina hermoso o deforme a voluntad. Los escándalos cortesanos y los deseos ocurren primero en la virtualidad de sus perpetradores, hundidos en el letargo de la resolución permanente de toda necesidad básica: sólo les queda el juego de la ilusión de permanencia, mientras el cuerpo del libertino se va agotando en sus rigores bestiales. Hay una conciencia que se evade o no de que, en nuestra finitud, todo nos está siendo prestado. Nada es nuestro, incluso el lenguaje, ya antiguo cuando llegamos a sus dominios. Un mediador que aproxima dos cualidades incompartibles, lo suyo y lo mío. Aceptamos la lengua, la religión y la ciencia sin miramientos por lo que obtenemos a cambio: algunas convicciones.

Poco conocido en español (a juzgar por la búsqueda en Google), es el "Efecto Baader-Meinhof" (The Baader-Meinhof Phenomenon), que en términos sencillos se trata de la irrupción de una palabra o un concepto del que no se tenía noticia antes, que súbitamente comienza a aparecer con cierta regularidad en la vida cotidiana (e incluso es retroactivo). Es un fenómeno muy próximo al concepto de sincronía. La velocidad en el flujo de información actual provoca que este efecto sea cada vez menos raro. La realidad es percepción. Quizás así sea como fui construyendo mis intereses y prejuicios. Cuando se cree tener todo resuelto, se sucede un evento tan contundente que fractura la coraza ideológica personal y exige su reformulación. Es un asunto de pericias y carácter particular de lo que depende nuestra reacción. En Twitter, el Efecto Baader-Meinhof es una condición permanente.

La mañana del 11 de septiembre de 2001 compré el periódico a sabiendas de que este lado del mundo no volvería a ser igual. Ahora sus consecuencias están tan incrustadas que un mundo sin fronteras (interiores y exteriores) luce imposible, definen el color del nuevo siglo. Hubo un giro del que sólo queda su caos y vestigios, aún por asimilar. Miro mis fotografías de 1982, todo luce tan distinto. Hay un silencio inmenso allá afuera: el silencio tan cómplice como gentil de los periódicos y de los libros, en las pantallas de los televisores de bulbos, la máscara de serenidad de las emisiones radiales populares. Las imágenes lucen dispersas y algunas afectan más que otras. El instante de ruptura. Un evento a la vez, así era entonces.

Cuando los comparo, el periódico del 12 de septiembre proyecta algo radicalmente distinto: la información desea ser simultánea, incluso hay notas en la misma página que contradicen a otras. La verdad, o la sustancia de lo que le concedemos ese matiz, es turbia. Para mí los dos periódicos son objetos radicalmente distintos entre sí. Conforme pasaron los días estas constelaciones se fueron diluyendo, la información se unifica. Pero esa sensación de inestabilidad, de fuerzas centrífugas, prevalece.

Nos acostumbramos a él, y con el tiempo se asimila, se necesita de su embriaguez hasta la sobredosis. Atisbo que Twitter es consecuencia de ello, pero al mismo tiempo las raíces cronográficas de la esencia en su ejercicio son inescrutables. Pienso en las manos de las cuevas protohistóricas, los primeros refugios, los primeros símbolos. Los últimos estudios proyectan una continuidad de cerca de 20 mil años en su creación. Generaciones de experiencias vertidas en el mismo espacio, la contemplación de esa simultaneidad, la matriz del mito. El tiempo es la vida, la historia es la vida.

Atisbo Twitter como el refugio ocasional durante una gran migración. Se hace lo que se quiere con el espacio, todo vale. Hay épicas ocultas, hay slapstick. La desesperación del voyeur ante una confesión a medias, o una singularidad de significado ambiguo. La autoría emigra hacia el nosotros en su repetición. Decimos tanto en su silencio. Nos quedamos con algunas intervenciones, se les concede una estrella. (Y @Rainoverlima justo apuntó uno de estos días: "Bah, no hay galaxia, es el tiempo, sólo el tiempo")

Me llegan voces queridas de Perú, de Colombia, de Argentina, de España; algunas más que otras, por supuesto. Noticias polarizadas. Por ejemplo, BreakingNews proyecta un mundo en constante devastación y deja entrever lo cotidiana que es la muerte violenta y la pesadilla, la deja entrar al cuarto de estudio; otro periódico tiene su Twitter y en él todo tiene un viso humorístico, en su versión impresa el papel incluso es color de rosa. Pero también sobrevienen silencios inquietantes, respuestas a modo de promesas. Estamos cerca y lejos en el mismo instante. Es un estado de paradoja emocional permanente.

Simultaneidad febril, pero la fiebre es la mitad de la cura...


(Gracias a Uniberto, por la convocatoria y por el espacio)


Omnia Ad Unum