6.14.2005

El centro, de Noemí Guzik Glantz




Es posible intentar poner en letras las ideas, porque nadie en casa está despierto. Los espacios con duendes son míos al fin. Miro el orden y el desarreglo, los objetos que se amontonan sin que me dé cuenta. Las casas se van desorganizando con objetos que uno aprende a no ver, pero que rompen el equilbrio y dejan huellas de tiempos y actitudes. Es como la enredadera de mi patio de atrás… si me descuido se come mis paredes, tengo que podarla cada semana, y eso que no es mía, sino una invasión de mi vecino. Otra vez, una más, entre tantas y tantas tengo que poner orden, tirar cosas a la basura, decidirme a dejar espacios libres. Es tan continua esa tarea, que uno puede creer que es finalidad de la vida misma. ¿Cuántos libros he abierto este año? ¿El pasado? ¿Cuáles, como dice Borges, están en mi librero para no ser nunca más abiertos? ¿Y los discos? ¿Y la ropa? Es extraño, me ha costado menos trabajo deshacerme de gentes que de cosas, y mira que he tirado, y tirado y tirado. Mis modas por libros, discos, ropa, muebles, se han sucedido y dejado huellas. También han desaparecido muchísimos efectos para sólo ser reabiertos en sueños donde de pronto tengo puesta la blusa de la quinceañera, o me acomodo en un sillón regalado a alguien hace veinte años. Es como ser serpiente mudando pieles, o araña dejando esqueletos viejos tirados para usar los nuevos, esto de la mente y sus desperdicios o los espacios y los revoltijos. Si entrara a cada habitación de mi mente, hiciera recuentos y pisara recuerdos, me quedaría mucha holgura para juguetear y reír. Si quitara puertas y ventanas, entrarían pájaros y moscas, y pisarían mis campos. Si me atreviera a dejar de ser más o menos buena gente, o simpática o entregada, reaprendería a pisar el pasto con el pie desnudo. Si destruyera el archivo que contiene mis preocupaciones por mi futuro económico o profesional, o la salud de mi cuerpo, viviría en vereditas y calles ajenas, mirando a hurtadillas por las ventanas de las casas. Si no me importara morir, destruiría los anhelos, los deseos, los temores, las pesadillas, las historias, y recorrería pueblos costeros, y ciudades perdidas. Si ese sueño tan hermoso, esa visión que tengo cuando hago meditación de que soy una paloma se dejara ser, volaría encima de los techos y sentiría el viento trastocarme. Es sólo cosa de quitarse el nudo en la garganta, de armarse de valor para descascarar tantas ideas falsas pegosteadas por todos lados, que ensucian y empobrecen. No sé si se trata de repintar las paredes de la casa, o cambiar la manera de vestirme, o dejar de hacer las cosas que hago diariamente lo que me refrescaría. Es mas bien, dejar de pensar las cosas que pienso, y de tener estas actitudes gastadas y miedosas. Gastadas es una buena palabra, ahora que la pienso: me han servido tanto, y tan poco. He sido tan exitosa y tan triste. He colaborado tanto y me he dado tan poco. Lo que creo que representa mis deseos de hoy día, es poder abrir los dedos de las manos, y dejar que se escapen los apegos, los nudos en la garganta, los fardos, los terrores, las culpas, los enredos. Lo difícil de todo eso, es que no recuerdo un día de mi vida sin pánicos, sin durezas. Sólo logro engañar al alma en esos breves momentos en que me pierdo en otro, sintiendo la medida perfecta a mis soledades. No quiero ser madre, ni esposa, ni maestra, ni terapeuta, ni persona, ni mujer. Menos aún quiero ser portadora de deudas, de cargas, de obligaciones sin fin, de horarios y redes. Quiero perderme de todo eso, sin experimentar el miedo a la disolución de la identidad, a la locura. Nunca he podido darme demasiadas libertades, porque he construído y construído identidad, seguridad, bienes, continuidad en vidas ajenas, he sido receptáculo de toda clase de dolores de otros, me he quedado con ellos, portadora de cierta sabiduría acerca de lo que más nos aqueja como humanos. Pero tengo que dejar de engañarme, no es en poner semillas en los demás donde se anida la solución a nada. Quiero sentarme en una silla muy cómoda, y que alguien se ocupe de darme de comer en la boca.

Noemí Guzik Glantz

Omnia Ad Unum