7.28.2005

Oro y petróleo



Corredores de yeso descascarado y grasiento donde se bifurcan cientos de finas grietas, hay varias puertas que comunican con un conglomerado de cuartos vacíos y otros túneles, como un laberinto. Al final del pasillo se abre un inmenso espacio semejante a un centro comercial, sólo que éste es un anillo rectangular que rodea una amplia extensión de agua (como si fuera una piscina), en lugar de negocios, estos cubículos son vivendas. Si uno se asoma desde el pasamanos se vislumbran por lo menos tres pisos más hacia abajo. Varias de las puertas están abiertas y dejan entrever que los departamentos poseen un único cuarto, pero es muy amplio, al fondo entra un sol macilento que por primera vez proyecta un lánguido matiz dorado.

Los habitantes de la construcción hacen su vida normal, que al parecer transcurre cotidianamente desde dentro de las habitaciones sin más. Los niños corren por los andadores y algunas mujeres conversan tranquilamente entre sí. Pese a esta explosión de vida, toda la estructura luce abandonada, en ruinas.

Rodeando el anillo que conforma las viviendas se ubican varias escaleras que suben hacia los pisos más altos, muy pronto me encuentro en el último piso, al final de las escaleras hay una puerta de metal reforzada con una manivela hidráulica en su centro, semejante a la de los navíos. Al abrirla de pronto penetra una ligera brisa salada. Estoy en el borde del edificio, donde debería estar el techo sólo hay una planicie de concreto delimitado por un barandal, al llegar a la orilla se despliega el paisaje exterior de la construcción: un inmenso mar.

No me queda claro si la estructura donde me hallo está cimentada sobre el suelo marino o si flota en su superficie. Lo que si es obvio es que aparentemente no se mueve, pero eso puede deberse a que las aguas (a diferencia del enloquecido océano de la vida real) tampoco se mueve, está atroz y sobrenaturalmente estático, ni siquiera hay viento... nada sobresale por el horizonte en ninguna de las direcciones donde me asomo, salvo algunas gaviotas.

El mar, si se le puede denominar así, es de un color oscuro, negruzco. Las aguas son turbias y tienen muy poca visibilidad hacia su interior, apenas y un metro, si acaso. Eso y el cielo de un intenso dorado dan una sensación de antigüedad, de paisaje mítico, de crepúsculo eterno.

Rodeo el perímetro del barandal hasta que doy vuelta y llego al otro lado de la estructura. Frente a mí, a unos quince metros, flota el cadáver de una ballena, quizás un cachalote. Las aves picotean su carne, al igual que varios cangrejos rojizos y algunos peces inidentificables. En la cola se arremolina un pulpo voraz, el abdomen comienza a ser consumido por un tiburón blanco que, a dentelladas, agrega al fin un poco de violencia a la escena...

* * *

Me rodean rascacielos, es de noche. Suena una alarma semejante a las sirenas antibombardeo, los transeúntes entran en un sólo edificio de fachada transparente y, a diferencia de las maniobras subterráneas de emergencia normales, la gente sube hacia los techos, huyen hacia arriba, donde se aglomera despreocupada. Yo permanezco al nivel del suelo, en pocos minutos aparece un inmenso avión en el cielo, sus luces de navegación azules y rojas, son más brillantes de lo normal... vuela tan lentamente que la impresión no es que se sostenga en el aire debido las leyes naturales, sino que niega serenamente la omnipresente gravedad.

Dos sueños recientes que no sé qué significan...


Omnia Ad Unum