9.21.2006


Qué fastidio soñar con la imposibilidad de resolver un examen de matemáticas (sueño clisé, si los hay), despertar con la revelación de que el viaje en el tiempo sólo es posible a través de los sueños, y justo hoy que cumpliré 30 años.

Estoy ante un salón lleno de modelos a escala de diversos vehículos aéreos, sostengo yo mismo un modelo blanco y fracturado de un avión comercial, recorro el cuarto y observo los demás modelos, algunos se han tomado libertades en cuanto a las formas que representan, otros brillan lustrosos con el orgullo de la simulación detallada. El maestro (que es una combinación visual de dos personas que conocí: un vendedor de anime y un maestro de inglés) me devuelve a mi asiento, descubro a todos apurados resolviendo sus exámenes (contemplo aquí a viejos colegas de la preparatoria que jamás volví a ver, pero no exactamente mis amigos), la prueba consta de más de cuarenta problemas matemáticos. Descubro que no son difíciles y de hecho ya he resuelto al menos quince, pero queda muy poco tiempo. Peor aún, no conozco las primeras diez preguntas, nunca las copié. Mi amigo G. está a mi lado, sabemos que estamos perdidos, que conocemos las respuestas y los procesos, pero ya no hay tiempo. Ante la inminencia de lo inevitable sencillamente reímos y bromeamos con un humor casi amargo, pero sin resignación ni aceptación. Sin embargo, en la lógica del sueño, al instante que despierto no he entregado nada, no transcurre el tiempo suficiente para descubrirse reprobado.

Despierto justo al final de la madrugada. El aroma de la vitamina B está en el aire, por alguna rara hiperestesia la percibo, porque me estoy inyectando esta sustancia debido a la gran fatiga que me invade en estos días, después de dos semanas autodestructivas trabajando intensamente para Elektra (empresa con un nombre trágico, casi profético)...

Me despediré de los veintes, jamás volveré a despertar y tener veintitantos años. Jamás. Por un lado es un inmenso alivio, ¿dónde estaba en la víspera de cumplir veinte años? La ubicación y los eventos de ese día exacto se han perdido, pero vaya que recuerdo lo demás: Había abandonado la universidad (momentáneamente, pero eso se vería en el futuro) para unirme a las filas de la policía. Así es. Pero no exactamente hacia las calles sino hacia la investigación, en una época en que no estaba tan tristemente de moda el término "escena del crimen", recientemente me habían otorgado una suerte de beca a través de un importante contacto en la fuerza, y allí estaba, en camino de cumplir con los siguientes dos años de entrenamiento y estudio para escasamente iniciarme como investigador de campo. Balística, dactiloscopía, psicología del comportamiento, principios forenses. Los sábados pertenecían a las exhaustivas prácticas de tiro. Allí estaba en 1996, eso sí, sin un centavo. Detrás de todo había un libro, por supuesto, pues ya para entonces llevaba cuatro años involucrado en vida editorial, el titulo incluso estaba (aún está) en el mercado, una traducción mia, dolorosamente espuria y malograda. Pero todo eso estaba atrás, frente a mí en aquellos momentos sólo debía prepararme para la reconstrucción de los actos de violencia, un paso a la vez, hacia atrás, en el tiempo.

Yo vivía solo, ya llevaba dos años de amistad con la mujer con quien viviría cuatro años a partir de 1997, sí. Pero entonces ni siquiera lo imaginaba. Peor aún, entre mayo y agosto de 1996 quien sería la esposa de X y yo nos habíamos involucrado. Ella prácticamente me tomó, sin amor ni deseo. Fueron meses de rendición al demonismo, a la densidad abrasiva, a los horrores de inagotables salidas nocturnas, desde la carne y para la carne. Era mayor que yo, por supuesto, cinco años mayor (¿qué se aprende si no lo que enseña el mal con sus excesos?). Una tarde de agosto desperté, me vi al espejo y supe que no podía seguir así, haciéndome trizas. Me aproximé y se lo dije, ella despertó, giró y me dijo lánguida "cumplirás veinte años, nada nunca volverá a dejar de ser importante". Y se fue. Se casó con X ese mismo año. Tres años después se divorció y regresó a su país. Nunca volví a encontrarla, X nunca se entero de este secreto porque falleció en 2003. Pero en ese instante, eso era el futuro. La frase se volvió verdad, como un estigma que todos los días sangra, perfectamente puntual.

Llegarían los años del abandono, del hambre y la gran migración, llegarían los años de la herejía, el hedonismo y la blasfemia. Los años de disciplina y de guerra. Las inmensas operaciones tácticas, los terribles combates, los exorcismos. Pude haber sido distinto, sincronizarme con otra normalidad, pero no lo decidí así, nunca he dejado de aferrarme a ese atisbo cuando la soledad, la compañía, la quietud o el vértigo lo permite, tal es mi voluntad. Y al final, logré consolidar una tenue vida editorial, entre lo estratégico y lo industrial, incluso una frágil estabilidad y certeza, los proyectos saturan y erizan las horas. Pero diez años atrás sólo había incertidumbre. Aún persiste, por supuesto. ¿Qué pensaré este mismo día, dentro de una década (si acaso logro sobrevivir)? ¿Qué soñaré en su víspera? Aquí y ahora, mi república es la traición, el abismo del mañana. La coraza colapsa, carne roja revelada que brilla como el sol.

¿Quién eres... quién eres tú...?


[TREINTA HOY]


Omnia Ad Unum