Viernes
6 de 7
Se supone que debo hablar sobre mí.
Yo, ¿quién?
¿De quién hablamos?
¿Hablan de mí? Yo, ¿quién es ése?
Yo, una bandera,
un harapo sangriento colgando de un ventanal.
Entre la Nada y Nadie, dependiente del viento.
Yo, el monstruo de un hombre.
Yo, el monstruo de una mujer.
Un lugar común detrás de otro.
Sueño el infierno que lleva mi nombre accidental.
Temo a mi nombre accidental.
Heiner Müller, Paisaje con Argonautas.
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Se supone que debo hablar sobre mí.
Yo, ¿quién?
¿De quién hablamos?
¿Hablan de mí? Yo, ¿quién es ése?
Yo, una bandera,
un harapo sangriento colgando de un ventanal.
Entre la Nada y Nadie, dependiente del viento.
Yo, el monstruo de un hombre.
Yo, el monstruo de una mujer.
Un lugar común detrás de otro.
Sueño el infierno que lleva mi nombre accidental.
Temo a mi nombre accidental.
Heiner Müller, Paisaje con Argonautas.
***
La noche no trae nada, ni sueños, ni voces. Absolutamente nada. Durante el día descubro que voy siendo disgregado de la vida de [...]. No tengo autoridad alguna para justificar, defender o criticar las acciones de los otros. Las razones de cualquier acto. Mi vida laboral es nutrida y fértil, solar. A costa de que la vida personal sea oscura y estéril, de una confusión constante, ausente, imposible de resolver, en devastación, fosilizada. Y basada en las pérdidas más dolorosas. No es posible aplicar las leyes de la producción a la interacción con los demás, que parecen basarse en estructuras que, al menos desde aquí, lucen más bien dignas de fórmulas fracturadas. Teoremas irresueltos. Suposiciones, a final de cuentas. Tanteos en la oscuridad.
Tres acuerdos: No tomar nada personal; Ser responsable y sopesar cada palabra, dicha o escrita; No hacer suposiciones, preguntar y actuar directamente con cada persona. (Hay un cuarto acuerdo, pero ése ni siquiera lo intento). En resumen: Verdad y veracidad. En teoría funcionan, pero en la práctica (al menos en mi experiencia) no sólo lo vuelven a uno invisible, sino que además genera una distancia extraña, donde todo cabe.
Todos mis días son de trabajo, me levanto pensando en proyectos y duermo pensando en proyectos, armando esquemas, generando visiones, lecturas, experiencias que construirán cacerías futuras. No tengo tiempo de entrar en conspiraciones o mostrar un doble rostro. No lo tengo. Me gusta conversar por conversar, cuando me es posible. Hablar por teléfono por horas. Me gusta acompañar a quien está solo. Escuchar, teñir los pensamientos con la vitalidad de otros. Corresponder afectos, cuando existen o parecen existir. No es ninguna carga, ni tiene un doble fin o intenciones ocultas. Mis únicos enemigos son el tiempo y yo mismo (es decir, el azar y la fe). Cada que sucede una separación tajante como esta no puedo sostenerme. ¿Por qué parece existir ese otro yo, esa sombra, que actúa nocivamente sobre la vida de los otros, uno que conspira, hace las noches imposibles, tortura, debilita, o vuelve dependiente, incluso en la ausencia? Suena a excusa, y quizá lo sea, pero la impresión que tengo es la contraria, que no tocó ni me impregno de nadie, así que lo que se devuelve es la propia imagen, ¿y quién soporta la contemplación de uno mismo? Pocos. Yo no, se requiere de una fuerza que no tengo. El deseo asesina el deseo.
Me gusta estar solo, puedo estar solo. Por días, por meses, años incluso. La mitad de mi vida la he vivido completamente solo, trabajando y estudiando desde un lugar remoto, saturándome de sonido, luz y abstracción, saturándome de demasiados muertos y muy pocos vivos. Estoy en paz con mis demonios, con mis conflictos. Me gusta su omnipresencia, su omnisciencia. Tal vez es eso lo que falla. Tal vez.
Toda esta confusión cesa cuando veo a los ojos a un animal. Contemplar su vuelo, su acecho, su pasividad, su violencia. Hurgar en su pensamiento, presentir su percepción, sus dominios. Vivir su agresión, ganarse su respeto, su afecto. Y su compañía. Atisbar un imperio antiguo, muy anterior a lo humano. Sin palabras, sin texto. Sólo acciones, donde cabe también el juego y la conjetura más delicada, el gozo más refinado. Mis mejores maestros no han sido ni serán humanos.
***
Todo esto fue un preámbulo, una exégesis, para tratar de respaldar una de mis pocas certezas: Un libro está vivo. Así como luce. Inerte, inmóvil, sereno. La gestación de un libro es la parte más activa de su vida, en esa etapa hay cambios, giros inesperados, potenciales que se alcanzan o no, palabra a palabra. Habrá errores y aciertos derivados de la ineptitud o inteligencia de cada uno de sus gestores. Todo lo que sucedió a su alrededor le pertenece, lo perfila. Cada vida involucrada, cada mirada atenta o perdida con la que tuvo contacto lo empapa. Se lleva todo. No devuelve nada.
Existe porque desea existir...