Ignorantes de las costumbres del pueblo e incluso de su habla, los propagandistas llevaban a cabo su misión con tan poco sentido práctico y tanta torpeza que, desde las primeras tentativas de "desencadenar la agitación" entre los obreros, fueron los patronos de las fábricas y los taberneros, y a menudo los mismos campesinos, quienes los entregaban a la policía atados de pies y manos.
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-¿Lloras por mí? -dijo Vera con una luminosa sonrisa. -Ah, al contrario, ¡si tú supieras cuánto compadezco a todos los que se quedan!
[ Sofía Kovalevskaia, Una nihilista, Maldoror Ediciones, 2004 ]