Borrar de la vida una vida humana no es fácil. Siempre queda algo, irreductible, indestructible, que se niega a ser aniquilado. Bien lo sabían los nazis, que no lograban eliminar del todo los cadáveres de los judíos. Cada día experimentaban un nuevo método: había quien opinaba que el fuego era el mejor sistema, pero resultaba lento y hacia falta mucho dinero para los hornos crematorios; otros creían en los ácidos corrosivos; otros aún proponían el enterramiento, y había también quien abogaba por la cal viva.
Pero los huesos permanecen, incluso reducidos a trocitos, como testimonio de un cuerpo que una vez estuvo vivo, contra toda voluntad de aniquilación, y continúan dando señal de sí en silencio pero con decisión, como diciendo: se han necesitado años y años para hacer de mí una persona adulta, años de trabajo, de amor, de sueños, de nutrición, y no puedes, sencillamente, no puedes eliminarme.
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Un misterio a resolver: las arquitecturas más perfectas son hijas de tiranos y de asesinos: pirámides, templos, obeliscos, iglesias, fuertes, torreones, castillos, palacios, monumentos. La belleza se desposa con la arrogancia y el despotismo. Sería curioso conocer a las hijas arquitectónicas de la humildad y del juego. Pero el futuro no nos ofrece respuestas.
[ Dacia Maraini, Isolina, Lumen, 1998 ]