El bretón Lelgoualch, vestido con el traje legendario de su provincia, avanzó saludando con el sombrero redondo, mientras las tablas resonaban bajo los golpes de su pierna de palo. En la mano izquierda llevaba un hueso vaciado, netamente agujereado, como una flauta. Con fuerte acento bretòn el recién llegado, recitando un cuento preparado de antemano, nos dio los siguientes detalles de su persona:
A los dieciocho años Lelgoualch, que ejercía el oficio de pescador, recorría todos los días con su pequeña barca las costas vecinas de Paimpol, su aldea natal. Dueño de una gaita, el joven era considerado el mejor gaitero de la comarca. Todos los domingos se reunía la gente en la plaza pública para oírlo tocar, con encanto muy personal, una cantidad de aires bretones que formaban en su memoria una reserva inagotable. Un día, cuando la fiesta de Paimpol, al trepar a la punta de un palo enjabonado, Lelgoualch cayo al suelo desde lo alto y se fracturó un muslo. Avergonzado de una torpeza que toda la aldea había prescenciado, Lelgoualch se levantó y recomenzó la asención, que logró a fuerza de muñeca. Después volvió a su casa como pudo, considerando siempre un punto de honor ocultar sus sufrimientos. Cuando tras una larga espera llamó al fin al médico, el mal, terriblemente desarrollado, había desencadenado una gangrena, se juzgó necesaria una amputación.
Lelgoualch, prevenido de antemano, contempló la situación con entereza y, pensando únicamente en sacar el mejor partido a la cosa, pidió al operador que le guardara su tibia, que pensaba emplear de manera misteriosa. Actuaron de acuerdo a su deseo y un día el pobre amputado, provisto de una nueva pierna de palo, se dirigió a casa de un guitarrero a quien entregó, con instrucciones precisas, un paquete cuidadosamente envuelto.
Un mes después Lelgoualch recibió, en un estuche negro forrado de terciopelo, el hueso de su pierna transformado en una flauta extrañamente sonora. El joven bretón aprendió pronto el nuevo teclado e inició una carrera lucrativa ejecutando aires de su país en los café-concerts y en los circos. Lo raro del instrumento, cuya procedencia era explicada cada vez, llamaba la atención de los curiosos y hacia aumentar en todas partes los ingresos de taquilla. La amputación se remontaba a veinte años atrás y, desde entonces, la resonancia de la flauta había mejorado sin cesar, como los violines que se ennoblecen con el tiempo...
Raymond Roussel, Impresiones de África, 1910.