7.29.2007



Esa noche sueño que explico a las autoridades lo que ha ocurrido: X se ha suicidado y no deseó dejar ningún rastro de sí. Así que había dispuesto todo para que, con su último aliento, su cuerpo cayera en un fuego intenso. Pero necesitaba a alguien que vigilara el buen término del proceso. Allí estaba yo, elegido por razones desconocidas. Pero yo era el único que podía dar fe de su muerte voluntaria, no dejó una nota o una grabación de viva voz al respecto. Y no había razón alguna para creerme. Veo ante mí repetirse una y otra vez la grabación en video que yo mismo he hecho (el esqueleto de un cuerpo envuelto en llamas, la clavícula separándose de las costillas, vencida por un peso que ya no sostiene) y veo como las imágenes me incriminan cada vez más. El final del sueño es desesperado, de persecución y huida. Despierto entre las largas sombras y el calor lánguido de la madrugada. Mi mascota ha ido a dormir conmigo, se anuda entre los pliegues de la sábanas, como refugiándose. Ella, tan amante del sol y el aire fresco.

Al salir por la mañana me visto con lo primero a mano, casi involuntariamente salgo completamente de negro. Abro la puerta y en el corredor común se da una secuencia a todas luces tramposa, como producto de un director novato y desaliñado: un grupo de unas once personas de diversas edades, todas vestidas íntegramente de negro igual que yo. Me miran entre la sorpresa y la reprobación, pasar entre ellas es muy incómodo.

Aquella noche había muerto la integrante más antigua de la numerosa familia que habita justo a lado nuestro. Murió de improviso durante su sueño, aparentemente tranquila. Jamás la conocí en vida, ni siquiera sabía de su existencia. Pero, por lo visto, intercambiamos algunas impresiones justo después de su partida...


Omnia Ad Unum