4.24.2007



Lunes


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Despierto a las 7:30 am aproximadamente y contesto correos. Una hora después me llama [...], no pasará por sus materiales ni los pagará porque quiere hablar con mi impresor de serigrafía. Pero ese impresor NO QUIERE hablar con el cliente, así que se ha generado una situación irreconciliable. Yo me hago a un lado. Hay demasiado que hacer para detenerse.


A las 10:30 am aproximadamente [...] me cancela una cita, la posponemos tentativamente para el jueves. sus proyectos son excelentes y estoy ansioso por empezar. Media hora después me pide que escoja entre dos nombres, inmediatamente comprendo que se refiere al nombre de su editorial y le respondo en seguida. No hay tiempo que perder, así lo hemos aceptado y lo aprecia.

Ya casi termino la lectura del cuaderno de notas de Valéry para iniciar inmediatamente mi estudio de Papel Máquina de Jacques Derrida. Ya había leído las primeras diez páginas y el atisbo fue deslumbrante. Anhelo de la ausencia.

Llego al despacho a las 12 pm, voy a pie gran parte del trayecto, pensando en las maniobras exactas pendientes, ordenándolas en urgentes y no urgentes, en respetar al pie de la letra los nuevos dispositivos de control para evitar incidentes letales.

Inicio con correcciones, que ahora sólo acepto señaladas en rojo sobre el dummy (una versión doméstica del título). Conforme las voy realizando y guardando, las ratifico con tinta fluorescente. Así no hay duda de que los cambios señalados por el cliente están hechos. Jamás volveré a aceptar correcciones por e-mail.

Inicio forros (portada, lomo, contraportada), el CD-ROM falla, como es de esperarse en una situación de urgencia. Simplemente no lee el disco ni lo expulsa. Queda en el limbo. En el último momento saldrá, cuando ya es demasiado tarde, pero mientras tanto decidí avanzar con lo demás. No avance ni un 40%. El territorio es muy estéril, el clima poco favorable. No puedo exigir nada, tan sólo guardar mi posición, resistir impulsos.

Mientras diseño [...] me llama varias veces, me pregunta por [...]. Le llamo de inmediato, nos ponemos de acuerdo para vernos el martes. Es un contacto con tres empresas más, una de ellas particularmente prometedora. Pero en realidad no sabe exactamente qué hacemos, entre más le explico por teléfono, más se confunde. Es raro, pero mi impresión es que la mayoría de las personas no sabe qué significa hacer un libro o por qué se hacen (creen que tengo una imprenta). El martes me espera una larga conversación didáctica para que asuma su posición.

Duermo una hora, necesito descansar. Dormir en el trabajo, sin importar la hora, es otra innovación en los procesos.

Veo a mi impresor de libros en donde siempre. Comemos juntos (a las 5 pm) y le voy adelantando las características de los proyectos más próximos. Saldo pagos pendientes, me da varios consejos sobre tendencias productivas y quienes están interesados en nueva producción. Le informo que todo va bien. Extremadamente lento, pero bien. Durante la comida llamo a [...] sobre el proyecto en Casa Lamm. Poco después hablo con [...] respecto a un número de teléfono que no tengo. Todo va bien, espectralmente bien. El conflicto está en las acciones, no en el grupo. Es un equilibrio basado en la soledad de cada uno, en su independencia. El balance depende de la ausencia de dependencia y melodrama. Desear lo mismo, casi en el mismo instante.

No es nada fácil.


A las 7:30 pm veo a [...], es una cita muy difícil. Pero al final el enlace está enfocado.

Llego a casa a las 11 pm, espero una llamada y no llega, ni llegará. Libero a Prometeo de su inmortalidad. Mi único crimen fue traer el fuego a los hombres, dice. Un paso más, tras otro, para derrocar un dios tirano.

El día termina entre sangre, furia y fuego...


Omnia Ad Unum